Bodega 04 de mayo de 2024 --- Leí hace unos días una pequeña tragedia[^1] que le ocurrió a mi amigo Emilio, sobre un desarmador que cayó malamente sobre la placa de un radio al que reparaba. También he sufrido incidentes como ése, que la Ley de Murphy describe de forma tan certera y dolorosa. Quiero decir que a veces trabajo en un proyecto y tardo más horas de las debidas debido a esa clase de inconvenientes y otros, generados (en mi caso, no sé si en el de Emilio) por la falta de un espacio adecuado. Las herramientas y piezas se me pierden entre montones de objetos pertenecientes a otros campos semánticos y espacios: carritos de juguete, ramas, libros, instrumentos musicales, trastes del desayuno... Todo bien con los campos semánticos (incluso con el inevitable, infantil desorden). Pero sufro las limitaciones de espacio en casa para realizar actividades, digamos, no imprescindibles: la construcción de un mueble, la reparación de un aparato, la impresión manual en serigrafía de una playera con el símbolo diabólico del Vi(m) de mis amores... cosas así. Tengo una amiga que dice que el espacio cada vez más reducido de terrenos y de casas de nuestra época no es ninguna casualidad. Le creo. Pero el espíritu humano, lo sabemos y sentimos todxs, necesita el acompañamiento espiritual de los espacios,[^2] pertenezcan o no a esa clase de ficción jurídica que llamamos «propiedad privada». Una habitación amplia y con una ventana por donde entre luz y aire. Una mesa firme y bien escuadrada, con las herramientas en su sitio. Un techo sobre la cabeza que proteja del sol y de la lluvia durante la jornada. El acompañamiento del sonido de las manos propias (y de otras, quizá) al trabajar, sumándose cono si nada al de los pájaros que se ganan la vida en algún sitio cercano. Algo así. Total, que el accidente de mi amigo con el desarmador me hizo recordar una idea que él mismo tuvo hace tiempo y me compartió. Soñaba ---dijo--- con algo como una de esas bodegas que crecen a veces alrededor de las ciudades. Construirle un tapanquito en alguna esquina con lo indispensable para dormir y un baño, y llenarlo de espacios de almacenamiento, mesas de trabajo y herramientas. Desde un martillo, desarmadores y voltímetro, hasta, por ejemplo, una cortadora, un pulpo de serigrafía, una máquina de coser o una soldadora. Ese lugar funcionaría como una biblioteca pública. Es decir, las herramientas serían de toda la gente que la necesitara para lo que sea. Las personas podrían, además, dejar ahí sus proyectos en proceso durante un tiempo razonable, el suficiente para concluirlo y permitir, luego, que otras llegaran más tarde a materializar alguna otra cosa que también imaginaran o necesitasen. Cuando me lo contó, imaginé también añadirle una antena transmisora de radio y un lugar para experimentar con algunas cosas en el exterior: un jardín, un huerto, un espacio para la práctica de algún arte marcial (el box o la arquería).Eso último tal vez ya sea estirar demasiado la intención principal y acaso la estorbe. Pensé sólo que, ya puestos a imaginar, me gustaría un espacio para desarrollar y construir ideas, pero también para el aprendizaje. Un lugar que pudiera propiciar el surgimiento de una célula ciberciruja, por ejemplo, u otros proyectos de semejante espíritu. Nadie sabe lo que se le puede ocurrir a quien sea, de cualquier edad, que, quizá, sólo necesite herramientas y un lugar adecuado para la exploración de una idea o interés. Recordé también que hasta bauticé en mi mente a esa bodega como ETE (como el Extraterrestre de aquella película). Las siglas significarían algo así como Estación Terrícola de Exploración (de las posibilidades de la vida, tal vez). En algún lugar de mi cabeza es, desde entonces ---quiero decir, desde que me lo contó Emilio---, ya el mes de mayo, como hoy. Despierto en el tapanco de la bodega a eso de las 4 am y corro hacia el foco que dejé encendido en el exterior la noche antes, con la esperanza del primer aguacero escupehormigas gigantes del día de la Santa Cruz (de los albañiles, arquitectos, constructores, dicen aquí). Cojo la cubeta con agua que también dejé lista la víspera y salgo hacia la noche a atrapar el alimento de la mañana. El zumbido del nucú rebosa el aire alrededor del foco. Poco más tarde encenderé el fuego, calentaré las tortillas, prepararé el café para quien sea que quiera llegar a trabajar un rato en su proyecto a la bodega y compartir conmigo, antes, un taco de nucú apenas tostado, con limón. Cuando al fin sale el sol, sumamos ya, quizá, tres, cuatro, diez cabezas esperándolo contentos. --- [^1]: gopher://sdf.org/0/users/emilio/MTR3BLCD.txt [^2] No lo digo yo, sino el doctor Giraldo: «Los registros paisajísticos, los registros estéticos creados por la agroecología, pueden ser acompañantes de las profundas transformaciones espirituales que necesitamos. Porque la de nuestro tiempo es, sobre todo, una crisis de autoentendimiento. Para reconectarnos con la vida, pertenecientes a la Tierra y dejar de sentirnos como seres aislados, necesitamos tener escenarios físicos que sean también acompañantes de estos procesos civilizatorios». ---*El mundo necesita nuevas utopías. Una entrevista al Dr. Omar Felipe Giraldo*, 25 de septiembre de 2020. Disponible, con imágenes, en la web: https://www.solounpocoaqui.com/el-mundo-necesita-nuevas-utopias.html Y también en gopher: gopher://texto-plano.xyz/0/~alberto/archivo/el-mundo-necesita-nuevas-utopias.txt