Los buzos astronautas

A 90 metros de profundidad la realidad es verde y lechosa. Manuel permanece anclado a la pared del buque, limpiando la costra de moluscos y algas que se ha acumulado en el casco durante los últimos 70 años. Lleva un traje blanco y está unido a la campana de inmersión mediante un cordón umbilical que le suministra oxígeno y por el que recibe las instrucciones de la superficie. Si no fuera por las burbujas, alguien podría confundirlo con un astronauta que trabaja sobre la cubierta de su nave espacial. Pero lo que tiene delante no es una nave sino un petrolero hundido durante la guerra civil frente a las costas de Castellón.

Manuel Ruiz es coordinador de buceo y a sus 52 años, asegura, "ha hecho de todo bajo el agua". El parecido con un astronauta no está solo en el cordón que le une a la nave nodriza, sino en la forma de trabajar. Es uno de los pocos buzos en España que trabaja en "saturación", es decir, aclimata su cuerpo a determinada profundidad y vive en esa atmósfera durante el tiempo que dura el trabajo. En total, él y sus compañeros pueden permanecer 28 días sometidos a una presión de entre 8 y 10 atmósferas en el interior de una cápsula de apenas tres metros. De la campana a la cápsula y vuelta al fondo del mar. Si fuera un viaje espacial de verdad, en ese tiempo podrían ir y volver cuatro veces a la Luna.

Cuando la misión es a menos profundidad, los equipos bajan en el día, realizan la tarea y ascienden lentamente hasta la superficie para evitar las burbujas de nitrógeno. Pero este buque está hundido a 90 metros y hay mucho trabajo que hacer; con el método tradicional perderían la jornada bajando y volviendo a subir a la superficie. "En lugar de descomprimir cada vez que vas a trabajar", explica José Prat, ingeniero naval de Ardentia Marine, "la saturación te permite una jornada ahí abajo hasta cinco horas al día, pero eso sí, ellos bajan una vez y se quedan con la misma presión los 24 o 25 días que estén".

Para trabajar con este método hacen falta varios elementos: el primero es una campana seca que les baje hasta el lugar de trabajo. Una vez adaptados los gases y la presión a esa profundidad, el buceador ya no puede salir de allí repentinamente, pues la sangre se le llenaría de burbujas y sería como sacar a un pez fuera del agua. En lugar de eso, se le asciende en esa campana estanca y se le pasa a un "complejo de saturación" a bordo de un buque, un cilindro metálico donde descansan los cuatro buzos que caben en el complejo, que se turnan para bajar a trabajar de dos en dos.

El buque que Manuel tiene delante es el petrolero británica "Woodford", un gigante de 130 metros de eslora que permanece tumbado de costado en el fondo del mar frente a las costas de Castellón desde 1937. El 1 de septiembre de aquel año, el submarino italiano Diaspro lo hundió con dos impactos de torpedo cuando se aproximaba a la costa para asegurarse de que su carga no llegaba a puerto. Los torpedos impactaron en los tanques 5 y 6 por su costado de estribor y, según crónicas de la época, en el hundimiento solo falleció el segundo maquinista. El resto de la tripulación (32 hombres) se puso a salvo y los botes salvavidas quedaron manchados de fuel por el vertido mientras el barco se iba al fondo del mar. Y allí habría quedado olvidado si no llega a ser porque el resto del fuel empezó a emerger hace unos años a la superficie.

"El petrolero tenía el casco remachado", explica Prat, "y empezaba a perder fuel por los remaches. Los pescadores de la zona avisaron del olor a combustible y el vertido se detectó por el satélite". El barco se encuentra a 15 millas náuticas del Parque Natural de las Islas Columbretes, por lo que las autoridades, a través de Salvamento Marítimo, pusieron en marcha una operación para extraer los hidrocarburos y sellar las fugas del casco. La preparación duró meses y en el trabajo participó el buque Clara Campoamor y un equipo de diez buzos especialistas que se fueron turnando, durante el mes de septiembre de 2012, para realizar las tareas. La mayoría permanecieron aclimatados durante periodos de más de 20 días.

 

***

 

"A veces sí tienes sensación de estar en la nada, sobre todo por la noche", explica Francisco Mateo, de 32 años, otro de los buzos que participó en la operación. "Se nos hizo de noche varias veces, estabas colgado ahí abajo y perdías de vista la campana, el umbilical y te encontrabas en medio de la nada, como si no supieras dónde ir". "Bajábamos de dos en dos y nos turnábamos para trabajar", relata Jacobo Sánchez, de 40 años, con experiencia en el ejército como buceador de combate. "Lo más peligroso es cuando la campana se acopla y se desacopla", recuerda. "Nos pilló un temporal de cuatro días y hubo que parar".

La seguridad de la operación fue meticulosamente estudiada y los buzos sometidos a una serie de pruebas psicológicas para conocer su resistencia a condiciones de estrés.  Manuel Salvador, jefe de la unidad de Medicina Hiperbárica del Hospital General de Castellón, fue uno de los médicos que supervisó la salud de los buzos. "La psicóloga que les sometió a las pruebas se quedó impresionada", recuerda. "Les hicimos responder en un ambiente de mucho ruido y distracciones, y no perdían la concentración ni un momento. Su capacidad para resistir cualquier imprevisto es excepcional, son capaces de pasar el día en una cápsula con mucho frío y mojados, en un habitáculo en el que a duras penas pueden estirar los brazos".

Durante un momento de la misión se averió uno de los ventiladores del complejo y el ruido era infernal. "Estuvieron sometidos a un ruido estridente hasta que lo arreglaron", recuerda Salvador. "Les dimos protecciones acústicas, pero no dejaron su trabajo". Su capacidad de concentración es fundamental, entre otras cosas porque deben revisar continuamente los controles que les dan soporte vital. "De ello depende su vida y la de sus compañeros", insiste el médico. "Al entrar en la campana seca deben revisar unos 70 indicadores y después de ponerse el equipo y el casco los vuelven a revisar".

En el interior del complejo de saturación toda la seguridad está duplicada. Por la noche los cuatro buzos están en su interior, en cuatro estrechas literas adosadas en los laterales del cilindro. Si se descomprimiera el módulo de descanso, hay otro módulo estanco, que es donde se duchan y tienen el retrete, en el que podrían refugiarse. "Hay que tener mucho cuidado con las bacterias", explica Jacobo Sánchez. "Si el agua sube de ese nivel podemos coger infecciones, son muy frecuentes las otitis". Hay filtros para extraer el CO2 y para recoger la humedad que se genera en el interior. Solo la respiración genera unos 30 litros de agua por condensación cada día. La comida se la pasan por un dispositivo especial para impedir la descompresión, y los cocineros utilizan alimentos muy energéticos y de digestión ligera, por la pesadez y los posibles problemas de convivencia. Para amenizar las horas en el interior del complejo - en especial los cuatro últimos días en que solo pueden descansar mientras la cabina de descomprime muy poco a poco -  el complejo disponía de conexión inalámbrica a internet, pero el trabajo era tan cansado que apenas lo usaron para hablar con la familia. Demasiado agotados como para ver una película o jugar a un videojuego.

En otro módulo a bordo del barco se controlan todos los parámetros del interior de la campana y el complejo, y se vigila la situación de los buzos a través de los monitores. Hay decenas de botones e indicadores que sirven para vigilar su actividad mientras descansan o mientras están ahí abajo, colocando una de las válvulas sobre el casco del petrolero. Los buceadores tienen comunicación con la superficie en todo momento, aunque suelen hablar poco. De entre todos los botones hay uno que llama especialmente la atención: una especie de traductor que se utiliza para modular la voz de los buzos. "Están respirando una atmósfera de un 94% de helio y un 6% oxígeno", señala José Prat, "así que hablan como los pitufos". El efecto es tal, que muchas veces ellos mismos no pueden contener la risa. "El día que sales", explica Manuel, "te ríes mucho porque el  primero que se desliza fuera, está en la puerta y ya le ha cambiado la voz. Pero tú estás dentro y estás todavía hablando en plan "guaguagua" [con voz de pito]". El motivo por el que respiran un 90% de helio es que hay que eliminar el nitrógeno de la mezcla. A mayor presión, este gas actúa como un narcótico y pondría en peligro la vida de los submarinistas. No solo están viviendo con otra presión atmosférica sino que respiran otra mezcla de gas, lo más parecido a caminar por otro planeta.

 

 ***

"Hasta que no llegas abajo no sabes tampoco cómo vas a reaccionar", asegura Manuel Ruiz. "Te cambia el esquema de trabajo. Cuando haces un trabajo normal de buceo buscas economizar tiempo y sacar un rendimiento. Allí abajo es diferente, allí no puedes ir lanzado. Si tienes que hacer un barreno, cuando estás a 85 metros necesitas soportes para sujetarte, colocarlo en una pared vertical, llevar un andamiaje... y cada vez que lo haces estás tú solo.  Así que no puedes tener prisa, tienes que hacerlo bien. Si lo haces perfecto, si no, el siguiente avanza sobre el trabajo que tú has hecho".

La misión de los submarinistas contratados por Salvamento Marítimo consistió en vaciar los 18 tanques del petrolero y para ello utilizaron una técnica conocida como "Hot tap". "Se hace un agujero en la chapa en una zona donde tenga suficiente grosor", explica Prat, "se pone una válvula que lo mantiene estanco y conectas la manguera para extraer el fuel". En el mes y medio que duró la operación, el Clara Campoamor recogió más de 300.000 litros del interior del viejo Woodford, una cantidad que habría provocado un gran daño en los ecosistemas de la zona.

La oscuridad de las profundidades trae a veces alguna sorpresa. En una de las primeras jornadas, Manuel estaba concentrado en limpiar la superficie del casco cuando una enorme boca apareció ante su cara. "De repente me apareció por aquí el bocón de un congrio tremendo, delante de la cara", relata. "Y me metió un susto de muerte. Después los congrios nos acompañaban a menudo, pasaban a nuestro lado serpenteando como si tal cosa".

A 90 metros de profundidad no solo sientes la pesadez que provoca la presión, también tienes un problema de temperatura. "Notas la presión, pero sobre todo sientes mucho frío, porque las mezclas de helio te hacen perder calor", explica Manuel. El interior de la campana y del complejo están aclimatados a más de 30 grados para evitar que los buzos se enfríen. Pero lo más duro para ellos no es el frío ni las duras tareas ni la soledad, sino las horas en que no tienen nada que hacer.  “La gente tiene una idea de que somos como Rambo”, dice Manuel, “pero somos personas normales. Los hay más altos más bajos, hay de todo... es una cuestión de voluntad más que de otra cosa”. Lo dice un tipo que cuando no tiene que subir a controlar un barco fantasma se dedica a rastrear el fondo del mar en busca de personas desaparecidas.   “El secreto”, añade Francisco Mateo, “está en la mentalidad, hay tener la cabeza amueblada y estar centrado”. ¿Cuándo será su siguiente misión? “Espero que la siguiente sea cuanto más tarde mejor”, concluye Manuel, “porque si acudimos a algún sitio querrá decir que ha habido alguna desgracia”.

Publicado en la revista Don en diciembre de 2013.